Libro: LOS DIOSES Y EL ÁNFORA (Premio Carmen Conde)

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de Julie Sopetrán

PREMIO CARMEN CONDE 1987  Nº 44 Ediciones Torremozas. Madrid. España.Primera edición española. Noviembre 1987. Dibujo interior, R. Marín. I.S.B.N.:
84-86072-72-7 Depósito Legal M. 37.117.1987. Impreso en Taravilla, Mesón de Paños, 6 28013. Madrid.
Con el presente volumen, Los dioses y el ánfora, resultó ganadora del IV Premio Carmen Conde de Poesía de Mujeres, convocado por Ediciones Torremozas y patrocinado por El Corte Inglés.
En Madrid, el 30 de mayo de 1987, un jurado compuesto por Ana María Navales, Amparo Amorós, Leopoldo de Luis y Antonio Porpetta, bajo la presidencia de María Dolores de Asís, otorgó a este libro el IV Premio Carmen Conde de Poesía de Mujeres, convocado por Ediciones Torremozas y patrocinado ecnómicamente por El Corte Inglés.
En la contraportada de esta primera edición, podemos leer:
«Todos habitamos, con mayor o menor intensidad el mundo de los sueños. Gracias a la existencia onírica podemos evadir o superar la línea recta que acompasa el entramado cotidiano de nuestra existencia real.
JULIE SOPETRÁN nos ofrece en LOS DIOSES Y EL ÁNFORA, libro que ha merecido el IV Premio «Carmen Conde» de Poesía de Mujeres, un largo sueño en el que nos muestra su capacidad de modificar la realidad desde una perspectiva poética.
El simbolismo del ánfora –con el que rubrica su amor por la tierra– sirve de base para una diversificación contemplativa en la que apoya sus meditaciones sobre un amplio panorama de hechos y mitos universales.
Libro de gran riqueza imaginativa, de exacta palabra, que mantiene un hondo tono emocional y humano a lo largo de todas sus páginas»
En las primeras páginas hay una ilustracción de R. Marín, compañero de trabajo, en la Empresa Chevron Oil Company Spain.

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El libro se terminó de imprimir el día 10 de Noviembre de 1987, festividad de Santa Florencia, en los Talleres de Imprenta Taravilla, Mesón de Paños 6, 28013 Madrid. Y todavía queda algún libro en Ediciones Torremozas, por si algún lector lo quiere pedir la dirección es: LUZMARÍA Jiménez Faro, Apartado 19032 Madrid. Teléfono 91-2505027.
Creo que son pocos los ejemplares que quedan, el libro está como aquel que dice, «agotado» y a mi biblioteca puedo contar dos o tres ejemplares de esta edición.
No tendría palabras para expresar la alegría que me proporcionó este premio, y más aún sorpresa, porque no lo esperaba. Fue un de esas veces que mandas un libro a concurso y te olvidas de él, descansas al haberlo enviado.
Ya había publicado con Torremozas SILVAS DE MI SELVA EN OCASO, una edición pagada de mi bolsillo. Recuerdo que había terminado el libro LOS DIOSES Y EL ÁNFORA, lo escribí, o formé toda la idea del libro en mi casa de Sopetrán, una noche sin luz, o a la luz de una vela. Yo entonces vivía en mis tres casas, California, Madrid y Sopetrán, idas y venidas, viajes…
He de confesar, que le debo este premio a un taxista. Perdí el original y el borrador en un taxi, en Madrid, cuando quería mandarlo al concurso y eran vísperas de uno de mis viajes a California. Me quedé tan desconsolada, con esa impotencia de no saber qué hacer. Lo reclamé en objetos perdidos, oficinas del taxista, etc.. Fueron ocho días como ocho años de ansiedad, esperando que alguién me devolviera mi trabajo de tanto tiempo. Entonces no tenía ordenador, sino cuadernos llenos de borrones, tachaduras, versos sueltos, y el original ya encuadernado para mandarlo al concurso. Se aproximaba el día de mi viaje a California y nadie me devolvía aquel trabajo que yo llevaba en una cartera de mano.
El taxista había recogido mi cartera pero por ninguna parte encontraba mi dirección. Por fin su esposa, mirando entre tantos papeles sueltos encontró un sobre, donde estaba mi dirección de la calle Méjico de Madrid. Justo el día antes de salir para California, el taxista fue a llevarme la cartera a casa, lo recogió el portero, así recuperé este libro. Me puso dos letras con su dirección y era una nota de la esposa del taxista. Sólo me quedó tiempo para mandarle un ramo de flores en agradecimiento. Recuerdo que en el avión fui organizando las páginas, y nada más llegar a California aún me quedaba tiempo para participar en el concurso y mandarlo inmediatamente a España.
Un día, mi madre, me llamó por teléfono y me dijo: «hija, te han dado un premio de poesía…» recibí la noticia en Menlo Park, no podía creérmelo. Era el día antes de regresar de nuevo a España.   Siempre he pensado que le debía el premio a este taxista generoso, amable, honrado, que me devolvió la cartera.
Mas tarde, en Octubre de 2005. Mi editor de Morelia, Michoacán, México, Red Utopía , A.C. Jitanjáfora sacaba a la luz la segunda edición de Los dioses y el ánfora, junto con tres libros más de mi autoría: Madre América I, La página en blanco y El agua que sangra. Estos tres últimos libros inéditos. En un primer volumen que se titula: POESÍA REUNIDA I.

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Me quedé muy satisfecha con la edición de este libro, artesano, bien hecho, presentado en México y en Guadalajara, España. Es un libro apenas todavía distribuído. Jitánjafora trabaja a mano los libros, son estudiantes, de la Universidad de San Nicolás Hidalgo, enamorados del arte, de las impresiones bien hechas, que cuidan el detalle, que miman la edición. Pero el problema, como casi siempre, es la distribución de la poesía, que NO se vende.  Jitanjáfora edita colecciones de Literatura, Historia, Diccionarios, Filosofía, Arte y Cultura, Caminería, Antropología, Genómica y Neurociencias, Educación, Disciplinas Políticas y tiene una colección de Imprenta, Artes Gráficas, Visuales y Editoriales. Su dirección está ubicada en Calle Corregidora, 712, Centro Histórico, 58000 Morelia, Michoacán, México. Su teléfono es 52-443-312-18-28 Lo pueden visualizar en la página de internet: www.prodigyweb.net.mx/redutac .
El Tomo I de la Poesía Reunida I de Julie Sopetrán, se imprimió en ejemplares en Morelia, Michoacán, México hacia el 19 de Octubre de MMV. Estuvieron al cuidado de los originales, la autora y Julio Gómez Amador, así como Laura Eugenia Solís, coordinadora; Emiliano José y Vandari Manuel Mendoza en diseño e impresión. Y el editor ha sido José Mendoza Lara. Los grabados de los perfiles de Morelia los hizo Francisco Rodriguez Oñate. En coordinación de enlaces: Katia Veronica Arjona Díaz. Cooperación de Impresión, Karina Vázquez Bernal. Coordinación de Proyectos: Carmen Cisneros Ziranda. Corrector de pruebas, Julio Gómez amador. Encuadernación en Morelia: Honorio, Sandra, Lorena, Julio, Gertrudis, Vandari, Kari, Tunia, Pau, ¡La Cachis!. Encuadernación en Cotzurio: Olga, Ricarda, Susana, Antonia, Gloria. Impresión: Morevallado Editores. Las ilustraciones de la portada y contraportada son de la artista gallega: Mónica Pereiro.  Coedición: Red Utopía, A.C. jitanjáfora Morelia. ISBN 968-5709-16-5. Derechos reservados conforme a la ley, por la presente edición. De esta edición aún nos quedan ejemplares por vender.
Y ahora sí, voy a transcribir el libro para mis amigos y para quien quiera leerlo en mi página-blog.

PRELUSIÓN

Nació este libro basado en esas cinco columnas/palabras que componen el título; de ahí que haya escogido cada una de sus letras para cada uno de sus dieciocho poemas. Letras raíces, surgidas como piedras base, capiteles de fondo y de comienzo, alfa y omega enlazando las inexplicables vivencias de contacto onírico con esa misteriosa belleza del ser y de la noche.

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I

La noche es un ánfora llena de luces
con ella brindo
por el misterio de las sombras.

L

UNA luz acariciaba
los angulosos cuerpos de mi cuarto:
un mantón de manila
caía de los hombrosdel silencio;
en la silla de esparto, sentado, dormitaba
mi vestido de flores,
sin brazos y sin piernas,
mecía en sus arrubgas
una cercana soledad de siempre.
En el suelo, mojados como barcas,
mis tres zapatos viejos ya sin redes ni peces
expresaban sosiego en su presa de pasos.
El bolso, de pie, como los árboles,
lleno de cartas y de sueños,
abierto a la noche con su boca grande
para llenarse de estrellas, empaquetadas, luminosas…
como palabras de silencio y de invenales luces:
bolso-mansión de mis luciérnagas…
Las blancas cortinas, innmóviles,
con sus encajes adosados a las sombras
jugando en la pared con mi locura.
Los cuadros soñándome en paisajes románticos
y las sábanas frías
como lagos de hielo entre la nieve.
El canto de la lluvia
tocaba con la yema de sus dedos mi nebuloso aliento.
¡Cuántas cosas callaban mi existencia,
me miraban atónitas
dejando entre la llama de la vela
su moneda de bronce!
Nadie le había dado las gracias a la vieja cerilla
negra, de tanto arder siglos en mis manos.
Y era la luz, caricia, que arrugaba la noche
en esa palidez de la penumbra
donde los angulosos cuerpos de mi cuarto
fingían dormir,
rodeando la imagen o la desnudez errante del suspiro
que buscaba la presencia de otros labios.
Pude tocar, por fin, las cenizas iluminadas de los besos
que en el sueño sonámbulo
caían cada noche a cada cosa como niebla.
Caían, sí, a mi cuerpo –cenicero de dioses–
y así me fui quemando en la caricia
lenta y pulcra
de la luz de una vela.

O

Y no fue nada fácil desnudarse,
dejar que miraran los árboles
mis pechos,
que el viento me atrapara con su frígido alambre,
que el temblor de la noche
agitara mis brazos
y entre mis pies descalzos
gimieran las arcillas del planeta;
que todos los mochuelos de la seca chopera,
imprimieran sus ojos en mi piel pergamina
y revivieran todas las miradas opacas
en los brutos espejos que entre mis huesos cuelgan,
moviéndose al contacto
de un azul pensamiento.
Por fin, deshice el lazo de seda terregosa
que me ataba las manos a la hechura del fuego,
sin dejarme andar libre
por la nieve del cuarto.
Me quité el indumento, los bajos, los adornos,
los puños, las orillas, los centros del escote, las cintas,
y hasta aquellos remiendos cosidos por la iglesia
con cadena de siglos.
Jugué a las cuatro esquinas
y sonrió la fuente al verme igual,
igual que ella desnuda, transparente,
bajo la intensa luz de las miradas…
¡Qué gozo!
Ver mi sombra sin ropa rodeándome
renovándome el ser y la vergüenza.
Llegó hasta mí la lluvia
con fuerza de cascada haciendo pozos,
me enseñó la emoción de la humedad
y por mi piel labrada,
se derramó la nube como esencia.
Las palomas dormían,
mi cuarto era un espejo del olvido
con pozo subterráneo hacia otros valles,
cristaleras cubiertas por la escarcha
que formaban caminos infinitos,
caminos que entraban y salían como sogas caídas
en espacios.
Mi cuarto:
cristalizada estancia de la noche
donde palpita el sueño
y juega el llanto…
Donde puedo ante los dioses
desnudarme.

S

DESNUDA, como chopo
de mi amada chopera donde habito,
sentí pararse el río haciendo balsa,
mostrándome en sus manos
todas las joyas de mi cuerpo juntas.
La penumbradel cuarto se hizo lago,
me vi el alma
en claridad de invierno en fondo suave,
tan insensible a la fugaz materia
que se me ardía el ser sólo mirarla.
Mis raíces se hundían en el barro,
mis brazos se marchaban a la orilla
donde la hierba lavaba sus cabellos,
mi frente flotaba,
los ojos se caían como piedras a los sensibles fondos,
mi piel se enredaba entre los juntos, florecía sus vellos
y sus líneas…
Y era aquella honda marcada, casi ola:
sexo habitando la ilusión del alba…
Y aquel golpe de fuego, casi astro,
transportaba mi sangre al universo…
La lengua entre los dientes de las nubes,
el aliento enredando la esperanza
y el corazón
marcándome los vuelos
que nunca robar pude a los halcones.
Y aquellas ramas secasde mis huesos
esparcidas cual muros por la tierra,
eran murallas viejas
de ruinas sumergidas
donde habitan los peces de agua dulce.
Ya no hay cuervos viviendo en mi locura,
aquello que se ve volando el agua,
son dos campanas verdes
que un día fueron risas sin martillo entre las sendas.
Desnudo chopo soy, trozos de ramas,
sopladas contra el agua en la corriente.
Un rocío de siglos me corroe
y un musgo se me arraiga como seda
cubriendo los suspiros del pasado;
ya mana un agua fresca entremis piedras:
manantial del sentido
circulando el frescor de la dulzura,
por todos los espejos del remanso.
Asomada a mi fondo toco el tiempo
y se me vienen sueños,
sensaciones,
se me agrupan los miembros en un círculo:
feto de fuente alada
que en ánfora caída
vocaliza tragedia
arrulla ecos…

D

TODO mi cuarto despedía luces:
las arañas con sus hilos verdes
y sus dedos de plata,
destejían el miedo de mis ojos
y bordaban las sombras con agujas solares,
sombras que eran sábanas marcadas
en bastidores blancos.
En los rincones,
el polvo acrecentaba su misterio:
diminutas ruedas multicolores
ostentaban el artificioso ingenio de los orbes,
derrochando los visos de las formas
por la tierra…
formas que a mis pies sugerían sonoras suavidades
de los tiempos.
Era el viento viniendo, balbuciendo fuerzas invisibles
ostentando caprichosamente
letargos y caricias
que derramaban en mi piel perfumes de otros mundos.
El viento,
con sus manos marrones
onduló mis cabellos
y me crecieron nieves en la frente.
Nieves de esa montaña que me señala sendas
por donde el tiempo jamás escaló altura;
allí estaba la luz:
l´çampara, ánfora,
emitiendo belleza desde siempre.
Se me cubrió de tierra la mirada
y en los dibujos griegos
dnde la idea se transforma en arte,
me vi escrita en el nombre
de aquel eterno libro de las luces.
Las sombras se habían convertido en alfombras
bordadas por las electricas manos de la araña.
Olía a viento perfumado de membrillos,
las higueras habían florecido a los pies de mi cama
y la leche madura de las brevas
amamantaba sueños
y goteaba en mis labios su dulzura.
A la luz, le habían crecido flores blancas,
azahares embalsamados de las cumbres
donde subo a cuidar mis violetas,
cada tarde soledad arriba…
Mi cuarto huele a risa de frío y de cascada,
tecnicolor vivencia del espíritu
cayendo gota a gota
por la embarrada piedra del destino.
El viento acarició mis manos solitarias,
fuegos artificiales salieron de mis dedos
y lascuatro paredes de mi cuarto
se rompieron,
dejándome en el aire los caminos.

I

CRECI multiplicándome
y perdiendo en las agujas de las zarzas
la piel de mis creencias.
Se abrieron las tumbas de los monjes
que dormían sus rezos y sus cantos
en el puro silencio de unas ruinas.
Y allí, resté a mis horas: penas.
Vi el mundo en la t´çetrica esfinge de los huesos
de aquella calavera que reafirmaba el gesto de la muerte.
entré en las cavidades de la nada
para ver si había fondo en el abismo,
y la impotencia de explicar las sombras
me hizo volver a la fugaz materia.
Se afirmaban reliquias en mis manos:
espectros de amor benedictino…
La oración y el trabajo ya eran tiempo
en anónimo ser petrificado.
Pasaron los misterios por mi cuarto
con sus hábitos negros y sus sandalias pobres,
no llevaban palabras en sus mitos,
sólo ruidos pasado como norias que devuelven las aguas
a sus profundos pozos medievales.
Se alejaron por las estrechas sendas
a los espesos bosques
y el miedo fue tras ellos postulando sus dudas
o inventándose máscaras sedientas.
Volví al espaco blanco,
sin paredes ni puertas, repartí mis latidosde vida
a la pequeña y temblorosa llama de de una vela.
Calmado ya el silencio
pude ver a la muerte casi muerta,
a los monjes, sacando de sus tumbas,
sus rezos y sus hábitos podridos
cantando una alegría gregoriana.
Aquella calavera, con su mueca de envejecida diosa,
se convirtió en montaña
y de su boca inmensa, salía una cascada de palomas
revolando los siglos.
¡Oh, sonrisa gastada que no cesas,
en el color tostado de los barros
te gotean las lágrimas,
porque tú sólo ríes la muerte
porque tú siempre olvidas la vida!
Seguí sumando espinas a la fe
y aún estoy viva.

O

ME visitaron los cipreses
con su elegante porte milenario,
me contaron el secreto de estar entre losmuertos,
contemplando el silencio, viendo
cómo pican los pájaros el tiempo.
Una verde esbeltez figrativa
adornaba los valles y las lomas
de aquellos pensamientos escapados
de un intenso meditar florido.
Cipreses como sabios
consultando en Ocejón de olivo
las sombras que los llantos
esconden en las ramas y los nidos.
Cipreses como lenguas reunidas
de pie entre las ideas y las voces
de palabras acordes, combinadas
con la suave belleza del paisaje.
Subían la montaña por mis ojos
y hacían pozos verdes en el agua,
iban igual que yo, buscando la hidria
donde se guardan todas las bellezas.
Cogidos de la mano, como niños,
los cipreses y yo anduvimos bosques
y arroyuelos y charcos…
nacimos por amor a lo que es bello
y empieza en la raíz de lo invisible;
a los dos nos asocian con la muerte
sabiéndonos adictos a la vida.
Cipreses como plumas y pinceles
prámides abiertas,
que conocen el ánfora sagrada
y la escriben y pintan con las tintas
de arcoiris llorosos
y estériles crepúsculos.
Y vamos a la par: sombras perdidas,
intuyendo l arcilla modelada,
vamos como los perros, buscando el rastro onírico
de un glorioso nirvana.
Se perderá la esencia de los romeros en mi cuarto
y los cipreses innotos y nostálgicos
perfumarán la muerte, los espacios,
con su incorrupta y siempre roja cerne.
Nos quedaremos vivos contemplando el silencio
de las tumbas,
de los valles,
del cielo…
Escuchando los vuelos del gorrión entre los juncos,
o los versos que escriben los poetas solitarios.
Descubriremos el secreto de estar entre los vivos
contemplando…
cómo pican los pájaros el tiempo.

S

EL agua de la noche
–lluvia de nube rosa para llenar mis cántaros sin asas–
era techo de líneas cortadas a tijera
–nunca llanto–
me gustaba oírla reir por los tejados
llamar en los cristales
y verla correr escondiendo sus manos
en los bolsillos de las chimeneas.
Tenía una voz dulce,
me traía un sonido de lejanos tambores
y partía mi aliento casi helado en el aire,
era como esa amiga
que visita la casa y alborota presencias
para saber que es ella en todo lo que existe.
Me quedé tan callada…
escuchando sus cuentos de brumas y de valles;
me dijo, con los gestos de su loca armonía,
que conocía el viento,
Histrión aventurero de todos los caminos,
enamorado siempre
de los húmedos labios…
Me contó
que en esas tardes secas y lejanas y largas,
cuando… metida en su casa de mar,
preparaba las nubes o pintaba los grises de la niebla
en la montaña,
recordaba mi espera
y paseaba invisible mis ojos,
lamiscaba mis cabellos lacios,
y con ss dedos largos, acariciaba mis cejas repobladas
de un verde-oscuro césped.
Así, con sus acuátiles maos de cristal,
me llenaba los poros de la piel:
que eran hidrias, cráteras, lekitos, ánforas, jarras,
vasos, peceras… olvidados úteros de las mis mísimas diosas.
Mi amiga lluvia y yo
nos pasamos la noche hablando de la tierra
y de los cuerpos,
lo hermoso que es tocarlos,
sin romperlos…
acariciando los multiformes aspectos de la hechura:
esos moldes estáticos,
esos modos esféricos,
los deformes caminos,
los apaisados miedos,
los penachos de ausencias,
los dudosos remates
y el proteiforme encuntro…
Salimos de la intemperie de mi cuarto a pasear los árboles
a desnudar las ramas
a sentirnos la piel y la corteza,
corriendo por los cerros, pisando losterrones
de la recién labradas parcelas del labriego;
nos fundimos de barro hasta perder la forma,
tocamos el pulso de la tierra,
y fuimos sogas que sacamos humo del aliento pesado de los surcos
y así nos hicimos espejo
en las ya florecidas gotas del rocío.

E

ME están siempre llenando:
soy hueco de un árbol solitario…
mancha hundida por el peso de mis pies de lodo,
hoyo ardiendo cenizas,
un seno, una ensenada,
un manantial manando figurativos vasos de los légamos:
montón de luz caída en monte campiñero,
en palada de tierra,
mezclada con arena de legendarios mares.
Soy artesa de pan recién cocido,
alcuza hecha de plata para las noches negras,
acetre de las benditas aguas,
tinaja donde los viejos caldos posan sus alegrías.
Soy palabra salida de tinteros azules,
cantarera de rústica casa limpia,
jofaina donde dejan las canales
el sonoro perfume de las nubes.
Soy urna, baúl, tarro…
orza esperando manos que se alcen
como cáliz para saciar los símbolos de vida.
Soy vientre cual joyero
de cordones-collares que brillan voliciones
en los pozos vivíparos.
Soy costurero, caja, estanque solitario
donde llegan los sueños
con sus cisnes solares.
Soy botarga encubriendo la magma del silencio,
capuchón religioso
en carnaval de fieras.
Ensueño de la sombra
mirándose
en espejo de alinde,
molde de fantasías en reflector viviente.
Soy corte de vacíos
en holgura de campos,
rastro de perfil dúctil
en manso jardín fértil.
Soy un aro empujado por los niños del tiempo
que juegan con mis llantos y mis sonrisas curvas,
me dejo llevar siempre donde quiera la estrella
como esponja en océano.
Puedo ser remolino de vientos y cascadas,
piano, barco,
beso…
idolatrando vida.

S

LOS naranjos habían florecido de repente en invierno.
Todas las flores blancas
marchitaban perfumes en mi cuarto,
el sol levantaba sus manos de granada
cloreando toas las paredes de occidente
y me dejaba los ojos
como dos cerezas encendidas.
Asimilé colores tan variados
que en el viento, oí cantar el vuelo
de un ala cenicienta
como un fresco rubor de tarde serenada;
y no era púrpura el arrebol que la brisa
sujetaba en sus manos de carmín,
eran intensos rosas, escarlatas, granates…
manchas como vestidos deiformes
tendidos en la cuerde de las nubes
y sacudidas después en el ardiente y rúbeo tono del instante.
El campo eran tan gráfico, tan de color el surco
tan verdes las cañadas,
tan azul el perfil de los almendros,
tan coloreado el polvo de la tierra,
tan limonada la ilusión,
tan única
la sonrisa de la primera estrella…
De pronto, se me acabaron los colores
y entonces…
las manos de las sombras
me cerraron los ojos y las puertas volvieron,
y las paredes se levantaron escarchando sus zarzas.
Los chopos juntaron sus manos blancas,
el río acalló la corriente
y en los anchos lags de mi cuarto
dialogaron las ninfas
los secretos del agua.
Mi ánfora
siempre perdida en transparencias,
siempre en los fondos,
estática como templo,
se llenó de palabras y me sació con el numen sagrado
de aquellas ambrosías
con que el alma degusta la belleza.
Y no era sueño el sueño
ni la vida era vida,
se moría el dolor
y la muerte se cambiaba de nombre
y de vestido.
El sol se hizo recuerdo en esa dimensión desenterrada
del espacio
y mientras llegaba la mañana
los dioses pusieron en mis ojos los colores
y sentí temblar el universo en mis brazos.

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II

El sueño
es una experiencia de dioses.

Y

ERA la sobrenoche
la noria había parado su rueda
dejando la mitad de los cangilones llenos,
la otra mitad vacíos.
Eran el sueño y la vigilia combinando los límites
como si todo dependiera del peso y la medida del contraste.
Apenas sin notarlo,
uno de los hijos del Sueño y de la Noche
–tal vez el más anciano–,
me acurrucó en sus rodillas
y me llenó el vacío de sueños…
Eran vivencias como cuentos de abuelo degustados
al calor de la lumbre;
mientras la llama ardía
todo empezaba en la cocina de aquella casa pobre de hortelano.
–Desde aquel recoldo de pajas y de palos quemados
a mi cuarto habían pasado siglos y credido bosques
de distancia–.
Así empecé a volar como los dioses…
Fue como esa sensación de mendigar al aire su grandeza;
de ver la tierra suspirando a un lado de los ojos.
Sin apenas agitar los brazos,
mi cuerpo subía, subía como grulla hacia la altura,
gravitaba por auroras boreales,
pasaba por esos orbes aislados,
crepitaba la lava
y los desiertos estaban animados por doradas cenizas,
un humo rosa salía de las bocas de las montañas,
eran paisajes habitados por no se sabe qué incomprensibles leyes.
Eran como hemisferios de relámpago,
sahumadas órbitas de dulces amalgamas…
Tuve miedo un instante, cuando me vi flotando
cual burbuja de cráter
emigrando en las dilatadas, luminosas esferas.
Tuve miedo a comprobar la nada
o a saber que lo es todo esta materia de mi grito
en no se sabe qué lugar vertido.

E

PERO había estallado la tierra,
se había partido Nueva York en mil pedazos
y un Golden Gate volaba como nave espacial,
nunca pensada para trotar el viento.
Los mares endencidos golpeaban las calles,
vomitaban petróleo,
saqueaban el planeta
y barrían con sus lenguas de espuma
la acumulada farsa de la historia.
Yo huía por Manhattan
queriendo salvar palabras apresadas en carpetas de mármol,
así creía hacer eternos en abrazo
mis mejores poemas,
mientras caían a mis pies
las gigantescas, fantasmales moles de los rascacielos
que desgarraban sus telas burocráticas de yesos disecados.
Los sótanos y los áticos crujían
con sus dientes almacenados
y sus escaleras sucias,
las encías subterráneas y los corredores invisibles, se rompían,
por donde pasaban a los bancos
las infecciosas basuras del dinero.
Flotaban en las aguas las trébedes
donde mi abuela colocaba la sartén de las gachas
cuando yo era una niña en la posguerra.
Y flotaban las neveras, las lavadoras, los orinales,
los ordenadores, los escritorios
y los trillos de dientes, aquellos tirados
por las mulas que trituraban la parva hace cuarenta años.
Todo se ahogaba con su hez y con su hambre.
El lodo, la saliva, el sudor y las lágrimas
me llovían el cuerpo.
La tierra se movía. El agua ardía en furia…
Al fuego le crecían los brazos como látidos,
yo apretaba a mi pecho la carpeta de mármol
–tumba de versos viejos en desguace de mundo–
que un ser desconocido de piel negra
me arrebató en la locura de la noche.

L

ERA una diosa virgen y guerrera
salida de las nubes
con ojos de lechuza y telúrico aspecto,
la que me sacó de los inviernos
retornándome a mis campos de olivares y búhos,
donde cantan las fuentes y posan los estanques las estrellas
sabiendo que en la fuerza de los símbolos
se recrea la vida.
La guiera estaba llena de frutos:
pude ver sus raíces inflamadas,
sus cascadas de leche creaban riachuelos
que discurrían blancos por estrechas gargantas.
Probé sus hijos dulces y sagrados
y me fui a pasear bajo los grises palios
de mis amados chopos.
La fonética brisa avivó mis sentidos
y pude ver al fondo
una ermitaña estatua
contemplando el paisaje tan solitario y bello.
Toué el barro cocido
y una metamorfosis se me enlazó en el tacto
sacudiéndome el cuerpo,
se fulminó mi sangre en linea luminosa de ondulada figura
y luego, un trueno descompuso las piedras y los huesos
y fue el rayo certero el que partió los robles de mi monte…
Se me perdió el sentido,
se me quemó la sangre
se me rompió la forma
y aquella terracota me suena en el aliento
cada vez que respiro.
Me transformé en un ánfora
que no es cáliz, ni copa, ni vaso, ni vasija…
es un espacio lleno derramándose en suelo
de museo perdido
donde sólo los dioses de vez en cuando entran
a guardar en sus huecos
las monstruosas máscaras.

A

TE conocí en un sueño.
El primer balbuceo de los trigos suavizaba el paisaje,
era ese vello verde
que le sale a la tierra después de haber amado;
juventud estrenada, comienzo de cosecha,
cuando tiernas raíces desparraman sus barbas
y en el puro contacto de la esencia y la sangre
el pan de cada día recrea su materia
en la suave dulzura de las labradas lomas.
Como mítica Démeter
te conocí en un sueño,
cortabas las espigas granadas de mis serenos campos
y en tus haces crecían sueños de primavera,
eras la buena amiga,
el armonioso río, la fuente luminosa,
la voz que alienta el paso de las horas vacías.
El hado de las mieses predecía el destino,
Jasión reconocía tu campestre dulzura
y en tus «hermosas trenzas»
se apegaban las flores igual que mariposas.
Recorrimos parcelas
con nuestros pies descalzos
para sentir el fresco rocío derramado
y acariciar la hierba…
vello verde brotando vigoroso
sobre la piel del campo.
Me mostraste las huertas, las dehesas, los prados y los bosques
por donde tu hijo Pluto reparte la abundancia
y en sereno, religioso afecto,
se encarnó en mi existencia
purificando el lodo de esta homogénea arcilla
donde el tiempo decanta los procesos.
Te conocí en un sueño
y en el hato de fechas a que el jardín se cierne,
entramos tierra adentro
a los trigales secos, aristados, raspudos,
tremesinos, moratos, lampiños y azulencos…
Desgranamos espigas, rompimos paraísos,
y en la artesa sagrada de nobles emociones,
todavía amasamos esos benditos panes
de análogos momentos
que la Amistad depura.

N

ERAN conchas como pechos de armónicos susurros
que taladraban rocas y hacían ventanales para meter los ojos
y abrir nuevos caminos transhumantes o aquellos inmarcables
de lo desconocido.
Entré a una de esas puertas para escuchar el mar
y una inmensa montaña me invitaba a subir por escalera
entre esos orificios circulares, protegidos, labrados,
hechos a mano con sustancias de cuernos nacarados
sobre elegantes prismas.
Me translucía el rostro en sus internas, lujosas galerías,
donde apenas podrían los pies sentir el peso vertical del cuerpo.
Escondida en delicado nácar como reina
la madre-perla, iridiscente, alumbraba las sombras.
Lámparas, turbantes, conos, cestas, trompetas,
oídos imaginarios, mágicas estrellas, flores, castañuelas,
flautas… alegraban mi paso en la espiral subida
con esa música de río inagotable que bajaba del cielo
hacia la tierra…
Paisajes de lagos sonrosados con fondos violetas
y piedrecillas blancas, divisé, por esos ventanales
carcomidos por divinos moluscos.
La tierra se iba quedando abajo y lejano el Olimpo.
Fuerzas flotaban hacia donde por fin, el cielo abrió caminos,
unos extraños seres, diminutos, salieron a mi encuentro,
vivían en los pilares de las piedras gozando de las linfas,
en esos charcos transparentes,
seres cristalizados, habitantes de rocas, artesanos del musgo
y de la brisa
que entre las blancas, verdes y marrones acuáticas cavernas
me mostraban las piedras más preciosas
que humano soñar pueda.
Las toqué con el alma
–porque nadie las mancha–
y algo de mí quedó encantado en la montaña
y algo de la montaña aún llevo dentro
tal vez la intensa luz interminable
de uno no se sabe dónde, cómo o cuándo…

F

MI ser era delirio de visible existencia:
Cuerpo tendido al raso de la noche,
no había sátiros, ni bufones, ni botargas
sonando los cencerros alrededor de mi aparente y silenciosa estancia.
Dormía el lúdico palpitar del viento,
el vértigo escondía sus duendes en los pozos oscuros,
me vi durmiente desde la rama seca de un almendro,
me metí por los ojos que dormían con las puertas abiertas
a todos los misterios,
y entré, entré por la luz rosa del aliento,
caminé mis ultracelulares parcelas,
mis terrenos florecidos de vida,
fui grumo microscópico en la sangre, burguja en la saliva,
amiba inadaptada, Proteo disimulando escrúpulos,
escalé las forestas de nervios, admiré los cerámicos vasos,
los diminutos tubos, los torrentes, los barcos-glóbulos
yéndose hacia el corazón pumpulsados por levíticos vientos…
Me metí en las cavernas, los túneles, los puertos,
los orificios glandulares,
pasé por la rampa timpánica…
y los arpegios de la música me envolvían,
el arpa y el piano -arte de dioses– melodía de asombros,
laberinto sagrado donde la voz se eleva…
y es música el más pequeño rasgo de una letra pronunciada en silencio.
Crucé las fibras prismáticas, hexagonales,
las oscuras coroides, las ondas que penetran la retina;
inmersa en la sustancia púrpura
me arrodillé ante la imagen que no veo, que no grabo,
por más que fijo el lente en cada cosa.
Anduve por las acuosas pirámides,
por los dentros biliares, por los campos bullientes
de los tejidos, todo en color, el cuerpo…
mostrándome la vida cual paraíso andante,
dormidor, pensativo…
Aún percibo la frescura del aliento como brisa
los brazos de la encina como músculo,
las venas como ríos violentos,
y ese violáceo mar posando azul la esecia de la imaginación.
Anduve mis llanuras, escalé mis montañas,
nadé mis lagos vivos,
vi arder el corazón, los pulmones vibrar,
la garganta reír,
el óvulo cantar su-ser-mujer en libertad de diosa.
El pulso me contó todos los pasos
en espiral labrados alrededor del cráneo,
pasos en polvo escritos
donde leen los dioses esta dicha y dolor incomprensibles
que me retornan a lugares inermes.

0

SALI en vuelo volando como pluma en remolino de niebla,
me alejé, pensamiento en el olvdo
meciendo viento y espacio.
Voladora de esos mundos de roja tierra en milenarios vientos
donde habitan sólo ojos persiguiendo el fugitivo cuervo
que quiere ser águila.
Voladora esta serpiente libertina de mis ondas
que va arrastrando el fanático silencio
de esa luz que me ilumina –imán celeste– el camino.
Comienzo de lejanas playas puras donde sólo habitan pájaros.
Floté como esponja en agua
y fui piedra rebotada de los fondos:
la nieve ardió en mi memoria.
Fuego en el agua mi cuerpo, fundido en fuego, suspiro,
diáfano vuelo… flor de nieve en el vacío
de la tiniebla que abrasa.
Creció el aliento y más alto, se me helaban en la boca
los besos del viento helado.
Volé más allá del todo, llegué más acá de nada,
las vibraciones del tiempo encadenaban las fuerzas del mal
metidas en sacos de nubes negras sobre ruinas de cenobio
marchitado en el olvido.
Lucha de piedras vencidas, tierra, polvo, nube rotqa
entre los quebrados chopos de la ira.
Sobrevolé los mares más altos,
me perseguían manada de toros-olas
y así llegué a esa isla acantilada, altiva y burladora.
Los toros estrellaban los cuernos contra los riscos:
espuma el vuelo del aire,
ánfora de piedra la isla
y los caminos abiertos a la profunda alttud…
volé para ser más alta que mi cuerpo
y llegué al sol, con la noche atada a mis espaldas.

R

ESTABA en la mesilla de la noche, el limpio vaso lleno de agua
y de misterio…
con sus ciegos caminos y sus pozos oscuros
sus demonios, sus fuegos, sus infernales seres,
esos que sólo quieren incitarte a la guerra.
Entré inconscientemente a ese castillo inmundo
donde todo es lascivia, fuerza del mal viviente.
Desatadas las presas de la angustia y la ira
las babas del delerio recreaban sus dudas,
la agonía era eterna, todo hervía como larvas verdosas
estancadas en fango.
Las mentiras desataban en el cieno sus palabras deformes.
Odios encadenados,
envidias carcomían los rincones en calma;
la inmundicia gritaba al paso de unas alas de negra mariposa,
y era mi alma, acaso, abeja labradora,
en busca de otro néctar donde posar sus labios;
bullían renacuajos en los charcos más claros,
el llanto de lasranas crujía en mis oídos
como si fueran quejas de prisioneras diosas.
Los sapos salpicaban mi vestido de cera,
un olor pestilente se adueñaba del aire,
los árboles morían, los caminos metían sus ribazos en simas
con sus flores silvestres marchitas por el sucio vaho de los insectos;
remolinos de sangre querían atraparme con pantanosas manos
las manos invisibles, manchadas por la espuma de los vertederos del rencor.
Salí a tientas del oscuro vendaje de cristal:
pude volar, por fin, en vertical, hacia la estrella.
Fue la luz de los bordes la que tendió sus manos a las mías
como metas renacientes de la altura,
sus dedos de esperanza aún me acarician…
qué alivio abrir los ojos y libar el frescor de la mañana;
los cristales, todfavía estaban empañados por los malolientes vientos
y un frasco de perfume esperaba esparcir el día por mi cuerpo.

A

LAS nubes eran rosas deshojadas en cerro,
ánfora abierta el cielo de los dioses sin nombre,
cuerpo vivo donde la flor perdura eternamente.
En la torre de la iglesia gangueaban las cigüeñas,
el sol iba conmigo hacia un remanso de habitada solana,
sacudía mis hombros todavía dormidos,
atados por los brazos a los sueños que guardaba el recuerdo.
Era un amanecer de invierno,
me despertó el gorrión con su palabra,
las ramas de los chopos,
la cantarina gota a gota, campanilla de fuente recreada en cristales,
los ardientes arrullos de paloma en los techos;
los huesos estirándose casteñeteaban ausencias
y un deleite divino de luces me adornaba la frente,
el bien y el mal mezclaban sensaciones,
la boca se me abría sur a norte, este a oeste,
gesticulando imágenes de vida,
tragándose el terror de los desconocidos caminos por andar.
Saboreaba este tierno pan de la palabra,
este seco vino castellano…
Mi cuarto era de tierra
y a mi vestido de flores le habían crecido brazos y piernas,
los tres zapatos viejos se habían llenado de peces,
las cortinas, el bolso, la vela, a todo se le había encendido
la piel y el polvo.
Todo decía amor en los rincones de mi propio silencio
antes de inclinarme ante la luz,
de dar el primer paso hacia la idea,
reconocí las huellas de los dioses en mi cuarto:
dioses del día y de la noche,
de la verdad y de lo falso,
de la pasión y la belleza,
de la amistad y del misterio,
del dolor y de la dicha,
del amor y de la vida…
huellas rosas de nube que caían al cerro
más arriba del tejado de mi casa
sobre el aljibe abierto a las estrellas:
ánfora hecha para recoger azahares
de próximas cosechas.

INDICE

I

L
O
S
D
I
O
S
E
S

II                                 atenas-7-atenas-450-ac.jpg

Y
E
L
A
N
F
O
R
A

Fin


11 respuestas to “Libro: LOS DIOSES Y EL ÁNFORA (Premio Carmen Conde)”

  1. Thanks!!!

  2. Beautiful photos 🙂

  3. Muy bellas poesías.

  4. Ciertamente se podría ver su entusiasmo en el trabajo de escribir. El mundo espera aún más apasionados escritores como usted, que no tienen miedo de decir lo que creen. Siempre sigue a tu corazón.

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  10. Los Dioses y el Ánfora, es soñar despierto y despierto sueño que la vida sueños son. Hermoso, sencillamente hermoso. Qué gran escritora eres Julie, gracias por existir.

  11. Very nice site!

Gracias por tus palabras

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